Medusa, quien fuera sacerdotisa en el templo de Atenea, diosa regente de Atenas, era admirada por su belleza, su manera de andar, mover el cabello y con tal magnificencia que era considerada incluso más hermosa que la misma diosa.

Hay quien dice que la belleza es un castigo y para Medusa lo fue doblemente, primero al ser instrumento de la venganza de Poseidón contra Atenea por no haber sido elegido dios regente de Atenas y en segundo lugar al motivar la envidia de Atenea quien la transformaría en el monstruo que ha trascendido la historia.

En la pieza, el personaje está en plena transformación, en su transición de sacerdotisa a la condición por la que será juzgada y perseguida. Lleva la marca de Poseidón, artífice de su fortuna, justo en el área donde comienza a cambiar su fisonomía. Pareciera arrojarse a su destino con determinación, dignidad y gracia, y al hacer esto deja de convertirse en víctima de sus circunstancias.

Un reflejo de los momentos en los que la vida nos sorprende negativamente y en medio de esa sensación de caída que podría parecer una espiral infinita, tomamos fuerza y nos abrazamos a nuestra esencia para tomar las riendas de nuestra nueva realidad.